Es realmente curioso bucear en
los libros de Adam Smith, “padre” de la economía moderna y releer las razones
que le llevaban a apostar por un sistema económico liberal. No era ciertamente su
opción por los empresarios, a los que realmente despreciaba. Leamos aquí un
pequeño extracto de uno de sus libros escrito hace más de dos siglos:
“Cualquier propuesta de una nueva ley que provenga de los empresarios debe
siempre ser considerada con la máxima precaución. Tienen generalmente un interés
en engañar e incluso oprimir a la comunidad, y de hecho la han engañado y oprimido
en numerosas oportunidades”
“Es raro que se reúnan empresarios del mismo sector, aunque sea para
distraerse y divertirse, y que la negociación no termine en una conspiración
contra el público o en alguna estratagema para subir los precios”
Es natural que dijera esto ya que
la competencia entre los empresarios es la base del liberalismo económico y es lo
que supuestamente garantiza que se produzcan los bienes y servicios de mejor
calidad y al mejor precio. De hecho, esa misma competencia es también la base de que
los salarios de los trabajadores puedan ser unos salarios dignos. Así lo
expresa Adam Smith:
“Los empresarios están siempre y en todo lugar en una especie de acuerdo,
para no elevar los salarios… A veces entran en acuerdos para hundir los
salarios. Estos acuerdos se hacen en
contra del interés general de la sociedad y con el máximo secreto.”
Leyendo estas palabras de Adam
Smith, uno no puede dejar de preguntarse qué opinión tendría hoy de
los banqueros o de los monopolistas del sector eléctrico español.
Tampoco optaba Smith por los
ricos. De hecho, es difícil encontrar en la literatura universal palabras tan
severas como las que Adam Smith lanza contra los ricos, a los que continuamente
tilda de seres egoístas, ambiciosos y sin escrúpulos. Él opta radicalmente por los trabajadores.
Así lo expresa:
“El interés general de la sociedad se haya estrechamente ligado al interés
de los trabajadores. Lamentablemente, la voz de los trabajadores nunca es
escuchada”.
Leer esto desconcierta porque
estamos acostumbrados a ver a los ricos, a los empresarios y a todas las clases
privilegiadas defender sus privilegios basándose en las ideas de Adam Smith. Es
obvio que no se han leído sus libros. ¿Pero cómo hemos llegado a esta paradoja?
Sigamos leyendo a Adam Smith:
“Los ricos, por su natural egoísmo y rapacidad, siguiendo únicamente
sus vanos e insaciables deseos, contratan a miles de personas, dividiendo así
con los pobres el fruto del trabajo. De esta manera los ricos son llevados por
una mano invisible a que progrese el interés de la sociedad”.
Es decir, Adam Smith plantea que podemos
ser capaces de utilizar la insaciable avaricia de los ricos en favor de la
sociedad, ya que supuestamente no pueden aumentar su riqueza sin contratar cada
vez a más gente. Y, siguiendo con la teoría liberal, al contratarles, se les da
la posibilidad de vivir una vida digna. El lector se preguntará ahora cómo una
persona inteligente como Adam Smith podía defender un sistema en el que unas
personas acumulaban sin límite y otras personas simplemente “sobrevivían”.
Leámosle:
"En lo que constituye la
verdadera felicidad de la vida humana, los trabajadores pobres no están, en
ningún aspecto, en una situación inferior a aquellos que parecen estar por encima
de ellos”.
De nuevo nos vuelve a sorprender.
Resulta que Adam Smith defendía que no era necesario mucho para ser feliz y que
aquellos que triunfaban en la aventura del dinero se convertían en los seres más
infelices. De hecho, con respecto a la posibilidad de que alguien por un golpe de fortuna
se hiciera rico decía:
“Cualquier hombre que por
algún golpe repentino de la suerte es levantado a una condición de vida muy por
encima de lo que solía tener, en poco tiempo pierde sus viejos amigos y no siempre
adquiere nuevos. Si la parte principal de felicidad humana proviene de la
conciencia de ser amados, estos bruscos cambios de fortuna rara vez aportan
mucho a la felicidad”.
Y sobre aquellas personas que trabajan dura y honestamente toda su vida
para hacerse ricos decía:
“La persona que decide ser rico
a base de trabajo, tiene que trabajar tanto que la fatiga de cuerpo y ansiedad
de mente que acumula en el primer año, de hecho en el primer mes de su trabajo,
es mayor que la fatiga y ansiedad que hubiera acumulado durante toda una vida
vivida de manera “sencilla”. Cuando ya es viejo y por fin rico, en su corazón
maldice su propia ambición, y envidia en vano la facilidad y ociosidad de la
juventud, placeres que se han ido para siempre, habiendo sido tontamente
sacrificados por algo que no le da ninguna satisfacción real ahora que lo
tiene. Así es como ven las cosas las personas ricas que terminan dejándose
llevar por la depresión y que no dejan de preguntarse por qué son tan infelices”.
Podemos decir muchas cosas de Adam Smith, pero ciertamente no podemos
llamarle “materialista”. Así que uno se pregunta ¿Qué pensaría hoy del consumismo
actual? Y aún se pregunta con más curiosidad ¿Cómo es posible que los que hoy
defienden la cultura consumista lo argumenten citando las teorías de Adam
Smith?
En resumen, el padre de la economía liberal optaba por utilizar la
avaricia de los ricos para conseguir que todo el mundo tuviera un empleo y una
vida sencilla que le permitiera vivir digna y felizmente, quedando únicamente
fuera de esta situación de felicidad los ricos que, guiados por su propia
avaricia, tiraban su vida por la ventana condenándose a una vida de
infelicidad. Esta es la raíz del liberalismo económico.
El contenido de este post no es para defender el liberalismo económico, que no lo defiendo, sino para desenmascarar la hipocresía de la mayor de la gente que supuestamente lo defiende.